Motivación para un documental

Las primeras palabras que recuerdo de mi vida de pequeña van asociadas a la figura de mi padre y su trabajo. Era marino de guerra y yo nací, como otras 2 de mis cuatro hermanas, en Cartagena, en junio de 1950.

La base de submarinos, donde mi padre estaba destinado, el repostero, el uniforme de invierno y verano, la gorra de plato, el sable, a veces, la  banda rosa a veces también,  el saludo y los galones, capitán de navío y corbeta, almirante y contralmirante, el submarino D2, Elcano… todas estas palabras forman parte de este universo, pequeño pero intenso, de mi infancia en Cartagena y de  un vocabulario ya formado para siempre en mi cabeza. Recuerdo los continuos saludos mano a la gorra de mi padre hacia sus superiores y viceversa paseando por la calle mayor cartagenera, donde se concentraba una gran cantidad de uniformes, todos blancos. Oficiales, marineros, infantes… deben ser recuerdos de verano porque el uniforme de invierno era azul marino.

También a aquellos años pertenece la visita al submarino D2  y la escotilla pequeña y redonda por donde entramos y por la que no pasaba la tata Eva. Mi padre, Carlos de Isasa, quiso que la miráramos a través del periscopio. Arriba periscopio, o abajo , que no me acuerdo muy bien por donde empieza, dijo,  y  vimos a Eva, muy gorda, con los brazos cruzados encima de su vientre, en la cubierta del submarino, esperando a ver como salían las niñas acompañadas de su padre y su madre por aquella escotilla.

Cartagena… cartagenera y california, porque yo pertenecía a una de las dos cofradías que salían en las procesiones de Semana Santa. Yo era de la de los Californios, y evidentemente nuestro traje de terciopelo granate era más bonito que el morado de los marrajos, la otra cofradía. Eso es lo que decía mi padrino, que tenia una farmacia en la calle Mayor y fue quien me hizo de la cofradía y me regaló aquel traje/hábito, cíngulo y bastón incluidos.

Con los años nos fuimos a vivir a Madrid. Yo tenía nueve años. Y mi padre estaba triste y deprimido porque ya se le había acabado su vida como Comandante de submarino. Y se tuvo que ir a Madrid. Al Ministerio de Marina.

Allí seguimos relacionándonos con los muchos hijos de las innumerables familias de marinos, muy numerosas y de apellidos de gran tradición en la Armada. Con muchos de ellos coincidíamos en nuestros veraneos en Santiago de la Ribera, la Riberica, mi añorado Mar Menor, que así es como le llamábamos y le llaman.

Aunque mi padre era marino de guerra, el mar pequeño, la orilla del mar familiar y de escasa profundidad como es el Mar Menor, no le atraía nada; tampoco era un amante de la navegación a vela en pequeñísima escala, que practicaban muchos de los hijos de sus compañeros marinos, por lo tanto las chicas, o sea nosotras, no aprendimos a navegar como los chicos. Pero embarcábamos en los barcos  de nuestros amigos. Pequeños snipes y veleros, alguna antigua ballenera, alguno de vela latina… más tarde en lanchas, canoas o fuera bordas, porque la moda de la velocidad y el esquí náutico se iba imponiendo.

Yo no aprendí a navegar, pero lo que más me gustaba era salir con  amigos que sí sabían y zarpar para la gran aventura que suponían las excursiones a la Manga del Mar Menor o algunos de los pueblos que bordean ese pequeñísimo mar. Al otra lado de la Manga estaba el Mar Mayor, o sea el Mediterráneo, que una vez al año entraba en el Mar Menor a  través del paso de la Encañizada, donde iban mayores y pequeños a coger los peces, mújoles sobretodo,  que allí quedaban atrapados.

El mar siempre te llama si has nacido en sitio costero. Y así ha sido a lo largo de mi vida, Port de la Selva, Mallorca y Barcelona son mis últimos refugios en tierra.

En Barcelona, donde vivo desde 1970, me saqué el titulín, que así llamaban al titulo para manejar embarcaciones pequeñas.  Yo me di cuenta en aquel curso que me costaría reconocer los vientos, que son los que rigen, junto con el sol y las estrellas, la navegación.

Pude haber sido el chico marino que mi padre hubiera deseado tener, pero todas fuimos mujeres. Pero sí que gocé de los privilegios de ser la única hija a la que él dejaba sus discos y sus libros, tesoros, supongo que porque era tan seria como él y curiosa, con ganas siempre de aprender cosas nuevas que entonces sólo encontraba en los libros. También heredé su fuerte carácter y su timidez.

Leyendo sus libros, y muchos más a lo largo de mi vida,  me he convertido en una apasionada y ecléctica lectora. No sé vivir sin leer. La pasión de mi padre por el cine, las sesiones de los domingos por la tarde en las que nos ponía películas en Súper 8 de Charlot, el Gordo y el Flaco, Buster Keaton, y tantos otros cartoon, también han influido en mis gustos y mi vida profesional. De aquellos libros y aquellas películas sale como curioso resultado esta mezcla actual que es mi profesión: productora audiovisual con la firme determinación de hacer cine documental.

Un año  después de la muerte de mi madre, resurge el buque escuela Elcano.  Recogiendo la casa reencontramos todos los papeles que mi padre había guardado, poemas incluidos, y que nuestra madre no había querido tirar. Elcano reaparece en sobres perfectamente ordenados e identificados, con su letra pequeña, menudísima y pulcra, en los que encuentro fotos, datos y reflejos de los dos viajes que hizo en el buque escuela, primero como Alférez de Navío y después como Oficial de Derrota, término que siempre me gustó  y que quise saber a que se refería cuando subí por primera vez al Elcano, con mi madre, en Palma de Mallorca. Allí me sentí una vez más hija de marino. A partir de ese día el Elcano se ha ido convirtiendo en un reflejo inconsciente, un latido permanente cada vez que he visto escrito su nombre o he leído sobre sus cruceros de formación o llegadas a puerto.

Y si no hubiera sido porque acabo de leer Los barcos se pierden en tierra,  de Arturo Pérez Reverte prologado por  Jacinto Antón,  amigo y periodista, y porque estas pasadas navidades hablé sobre el buque escuela con amigos y familiares madrileños,  el proyecto Elcano, ya un poco oxidado en mi cabeza, habría quedado guardado como pecio a descubrir por alguien que quisiera oír y ver más historias sobre este buque escuela.

El Bicentenario de la Constitución de Cádiz, El Asedio, de Pérez Reverte, también leído, el Crucero 2012 que realiza el Elcano entre abril y julio y su participación en los actos Conmemorativos de 1812 formando parte de la Regata de Grandes Veleros, la firma del Convenio entre la Fundación Museo Naval y el Instituto Cervantes, con el que colaboramos desde hace ocho años, para difundir la cultura naval española, además de algunas relaciones que estamos estableciendo con mandos de la Armada para que nos faciliten información,  hacen que el proyecto empiece a surgir de nuevo impetuoso e impaciente.

                                                                               C.I

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